Adela y Matilde o Los últimos años de la dominación española en el Perú (1843) ofrece a los investigadores abundante información de tipo cultural más allá de la trama.
Por Carlos Arrizabalaga. 18 septiembre, 2025. Publicado en Diario El Peruano, el 13 de septiembre 2025Adela y Matilde o Los últimos años de la dominación española en el Perú (1843) es un interesante testimonio novelesco dado por un oficial español que regresó a España luego de las batallas de Junín y Ayacucho. Se publicó nuevamente en Madrid en 1991. Sus editores suponen que fue su autor el coronel Ramón Soler Declara el autor que todos los detalles históricos de batallas y movimientos militares señalados son verídicos (Torata, Moquegua, Junín), porque responden a su propia vivencia de los hechos, y no faltan detalles particularmente elocuentes, como el desfile militar que presencia el virrey La Serna, aunque Carlos Contreras mostró reparos al respecto.
Abundaban entonces, como ahora, los libros de recreación histórica, en forma de “exámenes históricos”. Otro protagonista de la guerra, el general español García Camba (1846), publicaría poco después sus memorias de la guerra, sin aludir a la novela, que tienen bastante de fantasioso.
Joaquín Marco la consideró “una reconstrucción social del Perú previo a la independencia”. En efecto, es posible advertir en sus páginas fuertes tensiones y un profundo desgaste luego de doce años de guerras. Los personajes delatan en sus diálogos la importancia de estar “en moda” y se señala al que “piensa a la antigua”: las “ideas del siglo” son “las doctrinas liberales” y “se extienden con rapidez”; aunque “el tiempo no está para fiarse de nadie”, y las esperanzas están puestas en la procura de la paz definitiva. Es moda, justamente, usar bandas de distintos colores para distinguir la posición política de cada familia e individuo, incluso en los bailes sociales. Los obstinados realistas son enemigos acérrimos de la revolución y se les tilda de “magnates del dogma”, que culpan a la “moderna filosofía” de todas las desgracias ocurridas, mientras que los otros hacen lo mismo.
La obra se presenta como “novela histórica original”, y se enmarca en el éxito del género historicista en España (Larra, Gil Carrasco, Gómez de Avellaneda, Navarro Villoslada), en pleno auge de un febril pero débil romanticismo. El tema daba motivos para elaborar un drama y la distancia aumentaba la emoción del patriotismo: “Así, los españoles marcaban en el país de los Incas las últimas pruebas de su valor”. La Serna ha instalado su gobierno en el Cusco, pero cunden las divisiones: varios de los oficiales son liberales y ven con desencanto que justamente la revolución producida en España los haya abandonado sin refuerzos y con apenas municiones, así como deploran el retorno del absolutismo. Soler no puede disimular su simpatía hacia los ideales de libertad e igualdad para todos y justifica entre líneas la disidencia en una guerra demasiado larga y confusa.
La segunda expedición a los puertos intermedios permite reivindicar los inútiles avances victoriosos de Ica, Matará, Torata y Moquegua. También se alude al absolutismo de Olañeta y la intervención de Valdés en el Alto Perú. Escasea la comida. La derrota de Junín anticipa el penoso y triste final de la novela.
Adela y Matilde son dos bellas peruanas que ven sus vidas riesgosamente entrelazadas en un cruce de amores y conflictos, con sentimientos contrapuestos. Adela vive con su anciano padre, don Laureano Escobar, en una hacienda cerca de Huamanga. Tiene un hermano que lucha en el ejército de los patriotas (aquí, rebeldes o insurgentes), pero ama a Ponce, un capitán del ejército español. Matilde pertenece a una familia de fanáticos españolistas y se casa con el hermano de Adela, Ramón Escobar, quien muere, al final, en la isla de Capachica, en Puno. Fallece, también, ya anciano don Laureano. Por otra parte, Marcelino, el hermano de Matilde, es un fanático absolutista que encierra a su hermana ominosamente en un convento por su matrimonio con un patriota. Adela y los Escobar tratan de ayudarla. Ella defiende su libertad ante el virrey. El valiente Ponce decide regresar con ella a España, pero al final se enfrenta con Marcelino y ambos mueren. Milagros Arrelucea ha analizado ahora muy bien el drama.
Los apartados dedicados a relatar el transcurso de la guerra y a describir la geografía, costumbres, minería, antigüedades incaicas y realidades sociales del Perú no permiten que la lectura sea fluida. Pero, por la misma razón, la novela ofrece a los investigadores abundante información de tipo cultural más allá de la trama, desde la devoción a la Virgen de la Candelaria, al hallazgo de supuestos tesoros escondidos. Soler describe el paisaje surandino como “un vasto y extraño país”, aunque también “un delicioso país” que se ve desgraciado “por la sangrienta lucha de los ambiciosos partidos”; una situación donde la desconfianza hacia la “gente sospechosa” se respira en un ambiente lleno de “encono y obstinación”. No faltan observaciones particulares de la idiosincrasia nacional: nada se regatea ni se pregona, como ocurría “en los mercados de Europa”, pero aquí “al blanco le piden el doble”. Un testimonio interesado y lejano, pero que, en cualquier caso, refleja también cierto cariño y hasta nostalgia del mundo andino y sus habitantes.








